dejarme secuestrar por tus caricias.
Lo esperaba y has sido lo esperado
y, mientras tú cumplías tu destino,
yo he jugado las cartas que tenía:
hormonas y horizontes,
y esa curiosa sed de alma del cuerpo.
Arco de aliento, flecha del deseo,
jadeo de animal que muere y mata,
resurrección y pan de cada día.
Ya está, mi amor, apaga el cigarrillo,
tu lado de la luz y mi silencio.
Hace treinta segundos
que mis ojos añoran mi mesilla.
Sobre el lomo del libro que ahora duerme me espera
–a mí, soy su elegida–
el exacto galope que me adentra en mí misma.
Un noble potro oscuro es mi montura,
el mar más lento ruge dentro y lejos.
Dios duerme, yo me escapo;
a veces mi alma tiembla como el aire
cuajado de tambores de sus guerras.
Olga Bernad, La Elegida.
pepe
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