Así, extranjero y ajeno, cada anochecer
me dirijo a mi casa, en silencio voy por las calles inmerso en una
profunda meditación, paso de largo tranvías y coches y peatones, perdido
en una nube de libros que acabo de encontrar en mi trabajo y que me
llevo a casa en la cartera, así, soñando, cruzo en verde sin percatarme
de ello, sin chocar con los postes ni con la gente, camino, apestando a
cerveza y a suciedad, pero sonrío porque tengo la cartera llena de
libros de los cuales espero que por la noche me expliquen algo sobre mí
mismo, algo que todavía desconozco.
Camino entre el bullicio de la calle
sin cruzar en rojo, yo puedo andar sin ser consciente, medio
adormilado, en el umbral de la conciencia, en una especie de inspiración
subterránea, la imagen de cada una de las balas que he comprimido ese
día se va apagando suavemente, tiernamente, dentro de mí, tengo la
sensación física de ser, yo también, un paquete de libros prensados, de
que en mi interior arde una pequeña llama como la de un calentador o de
una nevera de gas, una lucecita que nunca se apaga, un fuego que
alimento diariamente con el aceite de los pensamientos, de las ideas que
a pesar de mí mismo leo en los libros mientras trabajo y que ahora me
llevo a casa en la cartera.
Ando como una casa en llamas, como una
granja ardiendo, la luz de la vida se alza del fuego y el fuego surge de
la madera que muere, el hostil desconsuelo queda en el corazón de las
cenizas y yo hace treinta y cinco años que prenso papel viejo, quedan
cinco años para que me jubile, mi máquina se jubilará conmigo, no la
abandonaré, estoy ahorrando, he abierto una libreta de ahorros para
poder jubilarme con ella, para comprarla a la empresa, para llevármela a
casa, colocarla en el jardín de mi tío, entre los árboles; entonces,
allí en el jardín cada día haré una bala, una sola, pero ¡qué bala!, una
bala elevada al cuadrado, una bala como una escultura, una obra de
arte, depositaré en ella todas mis ilusiones de juventud, todo lo que
sé, todo lo que he aprendido a lo largo de estos treinta y cinco años de
trabajo, haré mi obra maestra una vez jubilado, solamente trabajaré en
los momentos de inspiración, un solo paquete al día de las tres
toneladas de libros que tengo en casa, será un paquete del que nunca
habré de avergonzarme, un paquete soñado, premeditado; y también, junto
con los libros, echaré en la prensa serpentinas y confeti, será la
creación de la belleza, cada día un paquete nuevo y al cabo de un año
organizaré en ese mismo jardín una exposición de paquetes en la cual,
bajo mi vigilancia, cada visitante podrá crear su propia bala: al pulsar
el botón verde, cuando el cilindro de la prensa avanza para aplastar
con una fuerza increíble el papel viejo adornado con libros y flores y
residuos que cada cual habrá traído consigo, el espectador sensible
experimentará la sensación de ser él mismo quien es comprimido en mi
prensa mecánica.
Finalmente llego a la penumbra de mi casa, me siento en
una banqueta, la cabeza se me cae y acabo dormitando con los labios
húmedos sobre las rodillas. A veces me quedo dormido, encogido de ese
modo, hasta medianoche y, al despertarme, levanto la cabeza y me doy
cuenta de que tengo el pantalón empapado en la rodilla, es la saliva de
haber dormido acurrucado como un gatito en invierno, como la madera de
un balancín, porque yo puedo permitirme el lujo de abandonarme ya que
nunca estoy abandonado, estoy solo para poder vivir en una soledad
poblada de pensamientos, porque yo soy un poco el Don Quijote del
infinito y de la eternidad, y el Infinito y la Eternidad sienten
predilección por la gente como yo.
Bohumil Hrabal, Una soledad demasiado ruidosa. Galaxia /Círculo. Bcn 2012.
pepe
4 comentarios:
Qué maravilla, Pepe. Gracias! Bon dia...
fantástico. también gracias.
besos, anay y pepe y los demás
ò.
gracias a los dos, mañaneros.
gracias a don bohumil quien escribió en medio de la oscuridad de praga su canción.
abrazos, pepe
Gracias!
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