10ª TEMPORADA.
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lunes, 23 de julio de 2012

reseña



Calma total

Pepe Maiques (Valencia 1955) abre el esternón de su particular Prótesis con una hermosa cita de W. H. Auden, núcleo de este libro, el desastre. La cita dice: “con qué serenidad / todo parece lejos del desastre”. Versos generados por el simbólico cuadro bruegheliano, La caída de Ícaro, donde la vida transcurre con parsimonia y un rotundo sentimiento de lo ajeno frente a la debacle de Ícaro se hace materia. Y en esa calma total, con qué inocencia el agua, bajo un cielo apocalíptico, desperdigaba plumas. Con qué candor el manso estanque sostuvo el movimiento de un mundo de rocas, campos y ciudades lejanas. Con qué quietud ese agua soportaba barcos que a su vez sujetaban tripulaciones de pescadores y presas en cuerpos de peces agonizantes. Y con qué pureza todo ese agua –testigo ausente– abdujo al medio hombre en su caída. Ingenio de agua que rezumaba a la superficie un alboroto de piernas convertidas en alas. Alas hacia abajo que hundieron a su dueño en lugar de alzarlo. El desastre engullido por el agua. Medido por el agua. Me preguntó si Maiques no ideó una prótesis de alas para esa estructura humana que nos llegó del cielo mientras ese otro mundo Brueghel seguía su curso.

Este fue el romántico paisaje de Brueghel, desastre descrito por la mano de W. H. Auden.
Pero en la modernidad de la que es testigo Maiques, en esa otra rueda imparable, el paisaje del desastre es colectivo, y es ahí donde el desastre se transmuta de individual a colectivo: “cuando todo empieza a destruirse / en la ciudad final reglamentaria”. Aún así, también se huelen paisajes de hierba, ventanas al aire, arena, metal y algún que otro rastro de animal.

–Prótesis. Extensión artificial que reemplaza una parte del cuerpo, invisible en él, cercenada, pero que existió antaño. Un muñón-fantasma donde el claro objetivo de la maquinaria es la sustitución. Sustituir carne por metal. Parte artificial en ese yo de carne y de arteria y hueso y vesícula.

–Prótesis de Maiques. Proyecto anatómico y neurológico pero de gran calidad humana. Obra que apuntala como se fija una prótesis en el hueso. Incorporación. País donde la apariencia de ese desastre sí cambia el curso de los acontecimientos.

Y ese cambio de acontecimientos en Maiques es la extranjería del yo. Un yo-sombra que
no dice yo. Es su calidad de ajeno, como aquella ajenidad de testigos de Brueghel que siguieron su cotidianidad sin pestañear ante el desastre, “si le piden su documento de extranjero / mostrará su placa de tórax”.

En Maiques, los naufragios bajo los metálicos cielos son madera. Porque huelen a madera.
A madera de barcos. Los barcos rotos del ser humano, donde el cuerpo es ese gran barco. Y en ese extranjerismo, el autor destrona a su yo ajeno. Lo despoja de todo aquello que lo conforma: huesos, carne, piel, rodillas, cara, brazos, manos, venas, arterias, tendones, uñas, nervios, ropa, cráneos, para naufragarlo hacia el afuera del yo auténtico. Un yo calzado con una prótesis. Fijado a tierra.

Curiosa la estructura de este barco-libro. Partido en dos. Como se cascan las cosas. En dos
Uno. Dos. La proa y la popa. Lo individual y lo colectivo. La carne y el frío metal. Uno. Dos. Como si fueran las jerarquizadas instrucciones para fijar a ese yo lleno de sombras la deseante prótesis, como el que coloca un yelmo ante el fulgor de una batalla con testigos.

Prótesis es la sumersión. La incorporación de la ortopedia a una sombra de cuerpo. Maqui-
naria de extraño destierro. Destierro que dolió en sus inicios pero que convive en ese
hábitat de carne y hueso. La inarrancable felizmente incorporada. La sangre en nuestras venas cableadas. La que toma aún más importancia que el antiguo miembro vital amputado.

La que nos ayuda y nos empuja a seguir hacia delante. El progreso. Libro imprescindible,
como todo lo que duele. Ya que todo lo que duele, salva.

Maiques, hombre sombra, hombre prótesis, testigo, materia y pájaro. Hombre costa. Sus
otros testigos, nosotros, testificando.

Nuria Ruiz de Viñaspre

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