¿Porqué no salía Bill al escenario? Habíamos llegado con tiempo suficiente
para conseguir una buena mesa y ahí estábamos, bajo la atenta mirada de Rob que
nos había servido los primeros tragos.
El local, medio vacío, era un salón victoriano y mullido. La barra de caoba
ocupaba un lateral entero y la botellería coloreaba una luz de pecera agotada. Las
voces detrás de la cortina del pequeño escenario servían una nota discordante:
rumor de pasos, algún ruido, conversaciones cruzadas e impacientes.
Rob miraba también, como nosotros, mientras preparaba cócteles con destreza
excesiva. Su cara no parecía augurar nada bueno. Conociéndole, parecía que le
hubieran obligado
a entrar en un concurso. Sus ademanes, por lo general suaves, nos parecían
torpes e impremeditados. Vertió una jarra de agua y se apresuró a pasar la
bayeta sin esmero.
Le llamé. Dora quería tomar su segundo daiquiri. Se acercó acelerado y le
dije que no tuviera prisa, Rob, la señora quiere otra copa. Lo mismo, claro.
¿Sabes qué ocurre? Me contestó con un gesto de contrariedad y delicadeza. No lo
sé, señor, parece que ha habido una pelea en el camerino. Bill no ha llegado
aún, dijo en susurros. Bueno, es normal, dije. Con Bill nunca se sabe.
Esperamos unos cinco minutos y salíó de atrás de la cortina Bernstein, el
dueño del local anunciando que un contratiempo de última hora obligaba a
sustituir a Bill por Gabriel Denholm, un chico nuevo de New Jersey que había
tocado en alguna ocasión en el club vecino.
El pase fue correcto pero descompensado. Hubo momentos buenos, pero el
chico dejaba bastante que desear. Tocó
sobreexcitado, casi en el filo de la banqueta y la ausencia de Bill se notó en
el ambiente. Al terminar, nos levantamos, saludamos a Rob con un guiño y nos
fuimos a casa sin apenas hablar.
pepe
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