COYUNTURAS
La noche envenenada
relaja su castigo,
destensa sus cadenas
y logramos dormir.
Rendidos y abrazados
subimos al tobogán del olvido.
Aquí no hay vértigo.
No hay daño aquí.
Somos aquí solo sombras
que son conducidas
por las sinuosas rampas.
Es tan ligero el viaje, y tan breve,
que puede adivinarse
desde allí el despertar.
No dejes de abrazarme en la mañana.
EL CURSO DE LOS VATICINIOS
Avanzábamos por un río
sin caudal
ni desembocadura.
Esa era nuestra casa.
El río fue haciéndose tan ancho
que dejamos de ver ambas orillas.
El río en el que crecimos.
Hasta dejar de ver ambas orillas.
EQUILIBRIO
Todo está preparado.
Sobre el alambre
la gravedad del signo,
el hueco permanente,
la fatídica forma.
Bajo el alambre
la espera.
El alambre desaparece.
El quebranto calibra
sus balanzas.
LA HORA DE LOS ÚLTIMOS DUELOS
En la casa destruida
el tiempo juega solo.
Lo hostil duerme ovillado
en la vigilia mísera del mundo.
Lo propicio reúne
sus cartas enigmáticas.
Las palabras empuñan todavía
el tormento,
el perdón.
Famélica espiral
de los vestigios.
INCORPORACIONES
Te ayudaré a venir si vienes y a no venir si no vienes.
ANTONIO PORCHIA
Si tuvieras que ir
allí donde los huesos consolidan
solamente lo que desunen,
el perfil de la pena.
Si tuvieras que ir
allí donde el torrente de la culpa
tiñe de esclavitud
el río de la sangre.
Si tuvieras que ir
hasta tus escondites,
hasta las desapariciones,
las tachaduras.
Si tuvieras que ir
allí donde los límites,
desvelada en los nudos de la nada,
con pasos ateridos.
Si tuvieras que ir
contra los nombres,
lo fijado, sus certidumbres,
contra ti.
Si tuvieras que ir
contra los nombres,
lo fijado, sus certidumbres,
contra mí,
si tuvieras que ir,
llévame contigo.
LA DURACIÓN DE LA PARTIDA
Amantes despeinados, soñolientos,
que se dicen adiós en los andenes
y entre abrazos se besan y refulgen
hermosamente desgarrados
y únicos.
Hacia ellos se dirigen los desiertos.
La distancia despliega
sus turbias, agotadoras, cartografías.
El temor les requiere
igual que un recién nacido que despertara
hambriento y sollozando.
Mira cómo se miran a los ojos:
sus últimas palabras dibujan en el aire
un quebradizo puente donde permanecer.
Se estremecen,
se juran no olvidar,
consagran ese instante,
se sueltan de la mano.
El reloj de minúsculas agujas
se ha puesto en movimiento.
José María Gómez Valero, De su libro Los Augurios. Icària, 2011.
pepe
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