A José C. Chiaramonte
Vimos con Holmes la lluvia desde el carruaje
en la hermosa avenida Brixton, yendo hacia Andley's Court.
Esta tarde en el Concert Hall oiremos cantar a Norman Neruda
Ráfagas mudas de agua lenta golpeaban contra los vidrios, férrea
realidad nos rodeaba y nos movíamos en ella, nítidos. Puedo,
si quiero, evocar el preciso rumor de las ruedas sobre las piedras mojadas
y el resoplar de los caballos atravesando la ciudad familiar.
Ladrillos rojos chorreando agua, hombres borrosos en la lluvia:
la luz de gas manchaba la oscuridad matinal. Siento otra vez, con noble
fruición, el peso cálido y el vaho de nuestros abrigos,
la mirada de un muerto en honda persecución
golpeando contra el revés de mi mente. Hombres del porvenir, plagados
de irrealidad, para ustedes no habrá nunca este collar
de sólidos minutos, este edificio de horas de piedra. La niebla
carcomerá las paredes de Londres y el corazón de nuestra descendencia
yacerá débil o muerto, ciego de humo amarillo. Honda
es nuestra pobre vida en comparación, y benditos
nuestro violín, nuestra fiebre de Afghanistan, nuestra deliberada morfina.
Juan José Saer, En El arte de narrar
(foto: Bernardo Pérez)
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