desproporcionado de cualquier desmemoria.
A lo mejor, también, nos preguntaríamos entonces
qué habría de cierto en la mansedumbre
y en la mala leche de la gente.
Vuelves tu rostro y por doquier te topas con nombres
terminados y figuras desiguales por la edad
que asumen con fatiga, lo miras nuevamente todo
y quieres llorar porque en un poema
llorar aún es comprensible.
Secas tus ojos con la sábana vieja, la del sudor
que te producía el monstruo desvencijado de la niñez
cuando, de noche, te arañaba el muy cerdo.
Aunque es probable que tus ojos no sirvan
ya para nada.
Y sin embargo hay menesteres peores,
es la pura verdad.
Uno querría volver y destruirlo, volver a amanecer
y gritar en el verano como el energúmeno grita poseído
por su leve impotencia, su octavo aniversario,
su esclerosis.
Uno ya no puede ni siquiera regresar.
Y se conforma con añadir al poso del café
algún veneno zafio, un cierto temblor que no se advierta,
o una miga de pan duro cuando menos.
Ya se sabe que la infancia es un tesoro escondido
en el baúl que nadie recuerda dónde fue enterrado,
ni por quién.
Al fin y al cabo es muy hermosa la nieve.
Luis Miguel Rabanal
pepe
2 comentarios:
¡sensacional!
desde luego que sí.
el raba es la leche.
pepe
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