A estaño y piedra huelen las aceras que recorres
justo cuando en el puerto anochecen los ojos impacientes
de los peces.
Son apenas gotas tu deseo, al dar el golpe exacto el reloj
limpio de la carne,
gotas como besos, con olor a azafrán que vive más arriba
de tus hombros,
sobre el mar y el aliento azul de las gaviotas.
Al atardecer el barro se hace metal al asomarse de tu mano:
ira que recorre la sangre
a golpe de latido.
La luz en las farolas esculpe delicadamente la sombra que
empujas,
sobre la pared la sangre te dibuja dentro de la ropa, pero
sigues desnudo
sobre la sangre del otro.
En tu pecho se atenazan los gritos como dientes negros...
Entonces, una figura serena te cobija, piel de alabastro y
frente ancha;
eso te dice el reflejo oscuro de tu espejo nocturno.
Sí, pero quién es ése que disimula ante tu deseo,
ese débil cuerpo de pescador o asesino.
No, no sabes responder ante la cuchillada suave y el olor
de musgo irisado.
Quizá noche o preludio, palabra y ceniza.
No sabes más que el nombre de los peces que olvidas
y el sabor a estaño que deja el miedo en tu lengua.
No sabes más;
y las palabras se te hacen caries en la boca,
se deshacen en tu aliento, en tu idioma envenenado.
Eres parte del juego cruel de la salitre,
mano o cuchillo dormidos en el lenguaje que predica la
tarde;
eres...y la sangre cae
al fin de tu pecho al suelo.
de los peces.
Son apenas gotas tu deseo, al dar el golpe exacto el reloj
limpio de la carne,
gotas como besos, con olor a azafrán que vive más arriba
de tus hombros,
sobre el mar y el aliento azul de las gaviotas.
Al atardecer el barro se hace metal al asomarse de tu mano:
ira que recorre la sangre
a golpe de latido.
La luz en las farolas esculpe delicadamente la sombra que
empujas,
sobre la pared la sangre te dibuja dentro de la ropa, pero
sigues desnudo
sobre la sangre del otro.
En tu pecho se atenazan los gritos como dientes negros...
Entonces, una figura serena te cobija, piel de alabastro y
frente ancha;
eso te dice el reflejo oscuro de tu espejo nocturno.
Sí, pero quién es ése que disimula ante tu deseo,
ese débil cuerpo de pescador o asesino.
No, no sabes responder ante la cuchillada suave y el olor
de musgo irisado.
Quizá noche o preludio, palabra y ceniza.
No sabes más que el nombre de los peces que olvidas
y el sabor a estaño que deja el miedo en tu lengua.
No sabes más;
y las palabras se te hacen caries en la boca,
se deshacen en tu aliento, en tu idioma envenenado.
Eres parte del juego cruel de la salitre,
mano o cuchillo dormidos en el lenguaje que predica la
tarde;
eres...y la sangre cae
al fin de tu pecho al suelo.
Alberto Santamaría, Asesino.
http://www.mundopoesia.com
pepe
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