Notas al margen (sobre Apuntes de espera, de Alba González Sanz, Ediciones Torremozas, Madrid, 2010)
Por Álex Chico
Conocí a Alba González Sanz hace un par de años, en Oviedo. Ella era, y sigue siendo, una de las organizadoras de La Ciudad en Llamas, un encuentro poético que reúne a diferentes creadores peninsulares y que este año acaba de clausurar su tercera edición. Sabía que había escrito poemas, la mayoría inéditos por entonces, si exceptuamos alguna publicación inencontrable, esas primeras ediciones que rompen el hielo pero que, si no es por el esfuerzo del autor, desaparecen. Puede que así empecemos todos. O casi todos. Y es bueno que sea de esta manera. Ahora, después de obtener el XI Premio Gloria Fuertes de Poesía Joven, publica Apuntes de espera, editado por Ediciones Torremozas. El libro es, sin duda, una buena carta de presentación. No sólo por lo que ahí aparece, sino por lo que dará de sí. En cierta manera, esos apuntes nos anticipan a una autora de largo recorrido.
Apuntes de espera comienza con una cita que podría funcionar como un primer poema. Se trata de un texto de Xavier Palau. Como él, González Sanz opta por una forma de decir clara y profunda, dos cualidades que valoro mucho en un escritor. No es fácil que los temas que a uno le obsesionen lleguen con la misma intensidad al lector. Alba, desde mi punto de vista, lo consigue, porque tiene la capacidad de trascender lo cotidiano y enlazarlo con temas universales, como la ausencia, el amor o la soledad. El poema que abre el libro es un buen ejemplo. Un poema claro, escrito sin estridencias, de una hondura palpable, donde se eligen las palabras justas y donde, antes que otra cosa, se intenta poetizar una emoción. Ese tono adoptado, a veces conversacional, puede llevar a engaño. No se trata de un poemario diáfano porque sí, sino un conjunto de poemas meditados, en los que la experiencia se ha elegido entre muchas otras opciones. La brevedad de esos poemas guarda en lo aparentemente anecdótico una dimensión mayor. De ahí que algunos de ellos acaben de manera tan brillante (“El miedo a perdurar/ se apoderó de la luz”, por ejemplo).
Apuntes de espera no es un libro sobre el amor. O no es sólo eso. Estamos de acuerdo en que ese es el tema que vertebra buena parte de los poemas, con sus ramificaciones y sus caminos intermedios. Es más bien un libro sobre cómo permanecer, sobre cómo perdurar y, en cierta forma, una exploración de las emociones con las que sobrevivir en el mundo. El cuarto poema, “Anacronismo”, es otro de esos textos que nos sirven como guía. Un poema donde se explora el sentimiento de duda, de espera, de premonición, y donde se genera una calma tensa, un estar alerta. Una forma de explicarnos la desilusión que se anticipa a algo que comienza: “¿Cómo saber qué estrella/ aún titila habitada; cuál sirve de epitafio/ a este amor que empieza?”. La idea del amor que aquí se ofrece es la de un sentimiento en el que se depositan multitud de esperanzas y, a la vez, cómo esas emociones tienen que enfrentarse a la desilusión. O, tirando del hilo, también a la condena, idea esta que aparece latente en buena parte del libro. Parte, como dijimos, de lo que conoce y lo moldea, lo adapta, lo trasciende, como ocurre en su poema sexto, “La función pronominal”, donde recurre a la filología y convierte en juego sus conocimientos académicos (“Hay ciertas terceras/ personas del singular/ con especial habilidad/ para tomar el núcleo”, concluye). A veces, no una tercera, sino una segunda persona es la depositaria de una amalgama de emociones. Un “tú” impreciso y omnipresente que sacude a la voz poética y nos hace partícipe de esos desmanes. Ya decíamos que no es fácil hacer llegar esas emociones privadas, y que el hecho de que Sanz lo consiga hace del libro una lectura muy recomendable.
Otro aspecto que encuentro favorable es la comunión del interior con agentes externos, sean históricos, como ocurre en el poema XII, o geográficos (el poema XI nos habla de los aeropuertos como esos lugares, o no-lugares, deprimentes cuya única función es la del tránsito y no la de permanencia). Ese tiempo y ese lugar de la escritura alcanza momentos de gran calidad. Me refiero, sobre todo, al poema XIII. Un espacio fronterizo, el andén, es el territorio del amor, un sentimiento, con frecuencia, en tierra de nadie. Más si lo que ocurre se desarrolla en horas nocturnas. Ese mismo poema, por cierto, contiene cuatro versos que justifican, por sí solos, la lectura del libro: “Pero hoy/ he vuelto a casa/ conmigo, la orfandad/ en el pecho”. Cierto poso amargo se aprecia también en otros poemas, de los que el X o el segundo del tríptico XVI pueden servirnos de ejemplo. Con toda seguridad, también el poema XIX, que aúna buena parte de los aciertos que hemos señalado anteriormente. Habría que añadir, por último, que hay lugar para la ironía, para el descreimiento, a medida que el libro va llegando a su fin (No sé si hay una voluntad premeditada, pero lo cierto es que esa disposición de los poemas, que nos llevan del padecimiento a la ironía, funciona perfectamente).
Estas son algunas de las anotaciones, algunos de los apuntes tomados de la lectura. La poesía, a veces, se construye a base de notas al margen que el autor reescribe cuando el azar o la necesidad le empujan a ello. Apuntes de espera no es sólo un esbozo. Es el primer libro de una autora. Esa es la mejor alabanza que puede dedicarse a un autor, porque hará que sus lectores sigamos atentos.
(c) enero 2012
pepe
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