Y todo lo acumulado en invierno fue destruido
por el nuevo invierno.
por el nuevo invierno.
Aunque hubiese silencio nadie dijo ya silencio, y cuando
el valle fue oscuro nadie dijo noche sino que abrió los
cristales y puso una lámpara en la tierra negra.
Juntos dijimos espacio, y aumentando con el pie el
balanceo de la silla soñamos
en la puerta abierta de par en par soñamos
(no con nuestro propio nombre susurrado de lado, ni
con el tiempo medido por el círculo de los pasos y por la
sombra de los vasos…) pero quien primero pensó
desierto empezó su viaje inmóvil, con las manos
escudándose la frente, las rodillas apretadas contra la
madera de la mesa.
Antonella Anedda (Roma, 1955)
Residencias invernales. Traducción de Emilio Coco. Ediciones Igitur, 2005.
pepe
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