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lunes, 24 de octubre de 2011

poema de mariel manrique

Quisiera haber ido al correo, a paso lento.
Guardar la carta en el bolsillo del pantalón,
elegir la estampilla y pasar la lengua por el borde del sobre.
La estampilla podría pertenecer, por ejemplo,
a la serie de bicicletas antiguas,
con reminiscencias de circo de pueblo
y un aire inevitable de melancolía.
Quisiera que hubieras visto mi caligrafía.
Un poco torpe, pretendidamente valiente,
cuidadosamente extendida sobre el papel en blanco,
como un pájaro que tiene frío.
Quisiera que hubieras visto ese papel,
arrancado de un cuaderno escolar con precisión quirúrgica.
Un papel sin renglones ni cuadrículas, un papel para saltar sin red,
hecho de puro vértigo.
El vértigo no es el miedo a la altura sino a las ganas de caer.
¿Por qué fui yo el que tuvo que dar el salto?
Quisiera que admitieras el carácter idiota de esta pregunta,
considerando que casi siempre estabas en silencio.
En el silencio te anclabas y empezabas a desintegrarte,
hasta convertirte en un paisaje de glaciares herméticos.
Quisiera que hubieras visto la pluma que escribió la carta
y que notaras que había usado una lapicera de pluma.
De las baratas de la librería,
majestuosas en su trazo no obstante el bajo precio.
Mas apreciables por este detalle.
Una antiguedad, escribir con esas lapiceras,
una especie de fijación infantil en el pasado.
Quisiera haberte escrito para que no me vieras la cara,
para que te la imaginaras mientras te escribía.
La imaginación deja un margen librado al azar
(un margen en el que nada es como se suponía).
En la imaginación no hay candados. ¿Por qué tuve que hablar?
Al hablar desterré y abolí tu futuro regreso ignorado.
Quisiera haberte escrito para que releyeras mi carta,
dentro de algunos años,
desde alguna otra vida de tus vidas posibles.
Hubiera habido espacio para la piedad,
probablemente para la ternura.
Y para tantos otros sentimientos cancelados.
Elegí la palabra como elige la espada un samurai
y la empuñé y se hundió en el centro exacto de tu pecho
y al instante advertí el carácter irreversible del estrago.
A lo escrito se puede volver, una y otra vez, desde cualquier parte.
Hasta una carta de despedida tiene un final constantemente abierto.
Una carta no tiene la violencia de la instantaneidad.
El tiempo puede convertirla en otra carta.
¿Por qué no fui al correo?

Mariel Manrique
 
del Libro "La constelación de Andrómeda"
Editorial Crack-Up, año 2008


pepe

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