Para no rendirme y para encontrarme a mí mismo te ofendo,
pero cuán enamorado de ti estoy, lobo, a quien
equivocadamente
se tilda de fúnebre, colmado de los secretos de mis
tierras del interior.
En una masa de amor legendario es donde dejas
la huella virgen,
perseguida por tu uña. Lobo, te llamo, mas no tienes
realidad nombrable.
Eres por añadidura ininteligible. No compareciente,
compensador, qué sé yo.
Detrás de tu carrera sin crines sangro, lloro, me rodeo
de terror, olvido,
río bajo los árboles. Despiadada batida y encarnizamiento,
donde todo se pone en acción contra la doble presa:
tú invisible y yo vivaz.
Continúa, avanza, duramos juntos; y aunque
separados, juntos, saltamos
por encima del estremecimiento del supremo
desengaño para romper
el hielo de las aguas vivas y reconocernos ahí.
René Char, La Palabra en Archipiélago, Hiperión Madrid 1986
pepe
No hay comentarios:
Publicar un comentario