10ª TEMPORADA.
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sábado, 14 de mayo de 2011

sobre la presentación de ayer



 lo mejor de anoche, obvio, ellos, los amigos. poder estar de nuevo con víctor gómez, laura giordani y arturo borra (conocimos por fin a carlitos). la cosa fue en la central del raval. estuvieron magníficos. presentaron, respectivamente, "huérfanos aún", "materia oscura" y "umbrales del naufragio". después la cenamos y pelamos charla. vinieron más amigos (ezpe, anay, ventu, esther, encarna, mipepe, mimariano) (...)

mi querido hermano búfalo y una servidora dijimos (las partes que os gusten son las de antonio):

Presentar un libro de poemas es una tarea imposible, porque un poemario se explica por su propio cuerpo, no se le puede imponer otro cuerpo de palabras; también porque es el don de lo imposible, su presencia es la que habla e invalida todo discurso. Aceptaremos el reto, pues, sabiendo que no puede hacerse, y empezando por un cuento. La topología mental del occidente consumista tal vez sigue siendo receptiva a los cuentos, los mitos, los relatos fundacionales. Empezaremos, entonces, a presentar este don imposible, con el principio de un cuento, un cuento que no se sabe como acaba pero al que podemos suponerle un principio.
Al acabar la infancia leí un cuento sobre unos niños que habían sido desarraigados de su tierra natal -y de su lengua materna- por un cataclismo humano o natural. Su único deseo era recuperar las aguas de su origen, desde las que fluían tras haber nacido, cantando las canciones sin voz, la intemperie, el agua muda entre los seres. De esa tierra incógnita sólo recordaban el sabor del barro en los márgenes de un río. Por eso los tres niños -dos niños y una niña- recorrían el mundo probando el barro de todos los ríos, lagos y cuencas fluviales.
No recuerdo el final del cuento ni su autor, ni tampoco si lo he inventado. Cosas sin importancia a fin de cuentas.
Pasado el tiempo, volví a encontrar a esos niños (eran otros, pero los mismos), en “Orfeo negro”, de Marcel Camus. En la película tres niños brasileños ven amanecer y levantan el sol con música y baile de samba.
Tal vez a todos nos ha sido arrebatado ese origen y hemos olvidado no sólo el río, sino que hay que probar el barro en las orillas. Tal vez hemos olvidado la muda liturgia ensimismada de cantar a los seres y las cosas, para que surja su calor y la vida que llevan dentro.
Hoy esos tres niños están aquí: se llaman Laura Giordani, Arturo Borra y Víctor Gómez.

Cuando realmente podemos hablar de estos tres libros que hoy se presentan en Barcelona es antes de leerlos. Cuando están cerca nuestro y aun no nos hemos adentrado en ellos. Cuando todo es pronóstico. ¿Qué serán lluvia y/o sol? El lector es semilla en ellos. Nacerán tres plantas. Independientes y sin embargo… ¿Hemos dicho que son tres libros? No. Son UN libro, UN libro y UN libro. de Laura, Arturo y Víctor. Buena gente que dedican buena parte de su tiempo a escribir(nos). Nosotros, lectores, antes de leer las obras que podéis tomar en vuestras manos esta misma tarde somos esos brotes. Creceremos en las tres obras, cuando la tierra se abre y ellos son la climatología idónea para tres momentos de lectura de una intimidad profundísima. Un poeta es una regadera. Funciona como tal. Así: Víctor es una regadera, Arturo es una regadera y Laura es una regadera. Y están. Ved sus agujeros por donde el agua poética vierte en nosotros. Con ellos, la poesía crece. Tres modos de decir en poesía incomparables entre sí…

Laura Giordani dice: “Dame esa palabra que haga brotar calostro de las piedras”. Las manos de Laura trabajando esa piedra. No otra. Ésa. En el decir-tacto. En el con-tacto. Porque el decir se hace tacto cuando Laura, y la visión es una arcilla que se inquieta con las manos. Una arcilla que se habita y se de-mora, se hace quietud, lentitud, morada, una arcilla-ahí, en la delicadeza táctil de Laura. Palabras que se adelgazan, se ofrecen, se transgreden, se injertan, arrollan: desaparecen. Palabras-caricia que son grito, niño, cuenco sin fondo. Lo pequeño le sirve a Laura para gritar, para acercar, para dar cuerpo al inmenso sufrimiento infantil que sostiene nuestra sociedad hipócrita, expoliadora y profundamente anestesiada.

Laura habla de la edad del brote (sin nombrarla). Laura no habita el tiempo de los hombres. La autora, en esta obra, elimina fronteras. Se las carga con una maquinaria escritural como si de un tractor sinfónico se tratara. No se anda con remilgos y sin embargo la elegancia de los surcos en la tierra fértil de sus poemas… Ya verás cuando leas “Materia oscura”.

Escribe Arturo Borra: “No había sitio más que en las afueras del vocablo”. La escritura interroga el margen, la periferia, el suburbio del sentido. El poema hace de la periferia su centro provisional, una escritura que “posterga unas respuestas” porque, confiesa Arturo, “me duele lo que sucede con un dolor bajo”. Y ahí, en esa periferia infinitamente convocada, el poema da cuerpo y lengua a los exiliados, los silenciados, los desterrados, los que fundan su morada en el margen (un margen social que nos habla de marginalidad y exclusión, pero también un margen ontológico, metafísico, que nos habla de una usurpación de los significados por las lenguas del poder).
Si acercamos el oído subterráneo a los poemas de Arturo, casi podemos oír los gritos que se abren en esos márgenes: lengua intersticial, insumisa a los pactos de lectura de la época. Voz no escrita con quien nadie podrá gritar pero que, en una paradoja sin paradoja, da cuerpo y voz a quienes ha sido definitivamente extirpados, desterritorializados, espectralizados por las lógicas mercantiles de la sumisión programada. Y ahí, hasta que “la lengua reinvente su testimonio”, nos espera una larga guerra de trincheras.  Arturo, no hace falta decirlo, lleva mucho tiempo combatiendo en ella.

Arturo es una empresa de demolición sistemática. Su entramado, su estructura, todo en obra y cuerpo nos remite a la asolación absoluta de lo superfluo. En su obra, “Umbrales del naufragio”, nosotros, lectores, le acompañaremos subidos a una de sus excavadoras que destrozan cualquier suerte de especulación. Exquisito en método. Un temblor, su motor, nos agitará el lector que somos para siempre.

Laura escribe: “dolor de madera y madre”. “Sólo querer ser árbol para abrazarte”. La tentación de querer escribir entre esos dos versos es grande: la entre-lengua que ahí se sugiere es la de los nombres que damos a la fragilidad. “Dolor de madera y madre”. Árbol-madre, hueco que gime, espacio para la metamorfosis de un dolor que habrá de ser sanado en esa íntima nervadura que aún no sabemos nombrar, que aún no habremos podido nombrar en nuestra lengua tan rígida, tan poco porosa a la imantación, la arborescencia, lo telúrico, lo callado, lo animal. Los poemas de Laura, al atravesarnos, nos hacen la fotosíntesis, nos injertan ya en la promesa de la lengua-otra, la lengua que traduce lo que ocurre entre el calor mamífero y la savia lenta; dos formas, animal y vegetal, de decir el cobijo.
Querer ser un árbol para abrazar, para decir la cercanía, el dolor, el desarraigo compartido, para reunir los fragmentos astillados de un mundo perpetuamente fugado, quebrantado: ilegible. Laura dice: “Ver de una vez la palabra / abrazando los pedacitos /rotos del mundo”. Y entonces sabemos que sólo quien sepa ser árbol podrá abrazar a los niños perdidos, los niños humillados, los niños masacrados, los niños que se han hecho carne en los poemas de Laura, que son carne y temblor de su palabra, de su raíz y de su promesa.

Víctor, con “Huérfanos aun” nos dispensa un libro-padre. No un tutor. No un rigor. No imposición. El corazón de la obra de Víctor, sale del papel donando la paternidad de un texto universal para que la comunidad lectora re-flexione. Libro padre, decimos, libro-hijo. Desamparo colectivo. Pero algo adentro palpita. Nuevo. Nuevo como Víctor. Antes y después de leer esta impecable obra, nuestro nombre dejará de ser el actual para incorporar un compuesto. Así, ahora hablamos de Antonio-Víctor u Òscar-Víctor.

Arturo Borra: entregar la claridad y arraigar en lo oscuro, en ese suelo-cielo de infinita potencia germinativa,

entregar las armas, la herrumbre de las palabras, todas las deposiciones del yo: injertarse en el tallo desnudo, que por la savia sólo ascienda la desnudez y no haya Cielo, y no haya más que la imposibilidad del Cielo.

sembrar: reencontrarse: vibrar: ahí

En esta escuela no se aprende, se lucha.

Por eso el verso a contra-vida, la dignidad de embestir el lenguaje y no pedir a cambio más que la dulzura de la intemperie y una fugaz visión de estrellas,

Arturo va destruyendo los ritmos consabidos, y en su arritmia encuentra alojo, fuerza de insurrección contra quienes dictan los credos serviles del mundo,

Y más tarde, ya en la lengua otra, en la madre lengua por venir, abrir los ojos y dar, a cualquier animal hambriento, a cualquier transeúnte exiliado, los frutos que sacian el hambre. Eso dice Arturo, y lo dice en voz callada, con “dolor bajo”.


No creo en la mezcla, creo en lo que se une. En la conservación de las especies no catalogadas. En la poesía sin etiquetas. En este brebaje para entender que poesía no es poesía, sino destino y camino. Juntos, estos tres libros son el detonante para el desenmascaramiento de la poesía que no dice nada. Separados, el juicio final es una invitación lisa a los pies de tres montañas poéticas sagradas para el lector que se haya atrevido.

No escribe para gustar, Laura. No escribe para ordenar, Arturo. No escribe para reanimar, Víctor. Los tres escriben sendos libros que cuando se abren, te abren hasta el sacrificio de temperamentos-pico, fulminan la rabia y otros asuntos propios de la deficiente naturaleza humana y una luz o tres gotas hacen que el lector, que la lectora, vuelva a creer creencias nuevas, que adopten acciones fuera de la ley poética imperante…

      Víctor Gómez: el poema cruje, abre grietas, des-nace.

En el lenguaje: buscar sus líneas de fuerza: agrietarlas: pulverizarlas

Reducirlas a astillas y recomponerlas para recuperar el saber, y el sabor, oculto bajo el ruido ensordecedor, la cacofonía irrespirable de un mundo que se pierde,

no sólo hay que restituir las joyas, hay que volver a encender la vida secreta de las palabras,

por eso Víctor alcanza el límite desde el que empezar a tartamudear (la poesía es lengua tartamuda) y enseña los dientes ante la grotesca depredación impune. Ahí estamos, aprendiendo nuestros miedos, justo antes de ingresar en la caída...
 
Parece que la palabra va a romperse, que Victor anuncia la ruptura, pero no: la urdimbre resiste, nos desaloja la mirada, nos interpela desde la tensión y la vigilancia y siembra en el ojo atento esa desazón que es condición ineludible del salto en las tinieblas de la ausencia de designación.

Tres credos, tres indultos, tres condenas. Impepinablemente no podemos seguir esta presentación pensando en conjunto, sino en uni-verso. Cada palabra es puesta con minuciosa cadencia para romper la cadena del significado de lo nombrado. Podrían parecer artilugios de músicos ya sonados pero la X que despejan estas tres lecturas afectarán nuestras vidas de lector o lectora de poesía de aquí en adelante. No deben hacerse diferencias entre tres cuerpos tan distintos.

Cúal de los tres libros será el libro adoptado es una incógnita aun. Lector, estás dentro de la perrera y los tres libros te miran con mirada de libro. Acaso tú seas el perro, la perra.

Victor Gómez dice: “La belleza no puede ser sino el atrevimiento de la fragilidad a darse”. Sus palabras inauguran un pórtico, una escucha. Incompleto. Detrás de la casa en ruinas. Huérfanos aún: tres libros que invocan un quiebro, tres libros que requiebran, que padecen y abrazan la fractura, lo desarraigado, lo más vivo: eso que tiembla y dice.
No la escritura de un muerto lúcido ni el grito de un ave de rapiña, sino el niño que alimenta el fuego con su canto. Huérfano aún. Desde la ternura aún. Detrás de la casa en ruinas, la casa del lenguaje que ha sido preciso asediar, cuya arquitectura ha habido que inquietar para que la vida, otro itinerario, otro pulso, otro ritmo, sean posibles. Para denunciar la orfandad pero también para vindicarla, para vengarla, para “inventarla” aún. Y en el adverbio, en el aún, quizá está la salvación.

Vamos terminando. Antonio y yo, Òscar y yo… estamos intactos después y antes de todo esto. Cambio de tiempo. Es tiempo de cambios. De leer de manera distinta obras distintas. Que la confusión sea la fuente de la compasión. Versos, vasos, vidas y otras uves que verifican tres voluntades herméticas que tan solo el/la lector/a será capaz de traducir a su experiencia vital. Tres espejos. Mágica lectura. Astérix, Obélix y Mafalda. Cuando la presentación se torna estúpida, se abre el diálogo y después Laura Giordani, Arturo Borra y Víctor Gómez tomarán tu palabra y creerán en ti. Crecer, dijimos. Llueve y hace sol. Hay poesía en el tejado. Y un gato. Y un gato. Y una gata.
Habría que traducir estos versos, todos estos versos, a una lengua pequeña, a la lengua más pequeña.
¿Qué lengua sería ésa?
-Una lengua que trabaje con las manos y diga el dolor y la fragilidad más viva.
-Una lengua que ofrezca un pan de niño: puro temblor de existir.
-Una lengua de extrañeza para el otro, el recién llegado, el sin patria, el silenciado, el ciego.
-Una lengua de barro que diga las muchas lenguas mudas que viven entre los seres.
-Una lengua sin lengua, deslenguada: todo vértigo y caricia.
-Una lengua animal atenta a las mínimas fisuras de la carne que se sufre.
-Una lengua de niño para inventar el sol y no darle nombre, para romper en el sol lo que nombra el sol.
-Una lengua que camina, ama, desaparece, y luego descamina y aparece, pero sigue amando.
-Una lengua abajo, un lengua sin, una lengua casi aún no siempre nunca.
-Una lengua que amanece gatos.
-Una lengua que tembló y se detuvo ahí donde la misma vida: derruida.
-Una lengua-corazón, desesperada, ciega, huérfana aún.
-Una lengua híbrida para fundar la morada para todos, entre todos.
-Una lengua sin doblez, sin sierpe, para el arraigo.
-Una lengua del límite, tan desnuda como un verso en la guerra.
-Una lengua que cante y que destruya las creencias y diga tan sólo: árbol, tiza, pan, niño.

y nos acordamos de mariel toda la noche, claro...

òscar

6 comentarios:

Antuan dijo...

Casi mejor el silencio para explicar la maravilla de ayer por la tarde. Emocionante y pleno de sentimientos. Minutos que se recuerdan por mucho tiempo. Enormes los artistas de la pista y enormes los poemas.

Gracias por estar ahí a todos.

Abrazos.

Antuan.

Anay dijo...

Un regalo. También la respiración profunda del pequeño "poemito".
Gracias, de verdad.

Un beso.

òscar dijo...

a ellos y a vosotros, guapos. poemito, un ángel!

besazos,

PÁJARO DE CHINA dijo...

esta manía que tienen de ser así para hacerme llorar. me levanto y busco las huellas del gesto de ayer. ya me estoy secando los mocos del sweater casero, lleno de agujeritos, mezclados con la baba que Panchito deja en el sweater.

puedo atinar a decir qué palabras son palabras-Antonio y qué palabras son palabras-Oscar pero avanzo en la lectura y los dos se confunden y se funden y ya no podría distinguirlos.

sí, hay que leer a Astérix, Obélix y Mafalda. sí. doy fe de que son tractores sinfónicos, empresas sistemáticas de demolición y latigazos lúcidos que desenmascaran a los mercaderes, esos traficantes de supuesta poesía que no dice nada.

me conmueve verlos, leerlos y presentirlos. que exista esa coherencia necesaria entre ser extraordinarios poetas (los cinco, los cinco de "la pista", como dice Antuan) y personas buenas. que actúen y hablen y escriban, porque, si bien uno no puede tenerlos físicamente en casa, sí puede tocar esas acciones y el resultado de esas lenguas que se mueven y esas manos que escriben (una lengua-mano).

con esa lengua-mano habrá que seguir lamiendo el barro de las orillas y doliéndose en los dolores bajos.

por una sola razón sería suficiente: para que Carlitos no llore y no se duela en su edad adulta, o atraviese esa edad armado de estos escudos protectores.

me conmueve también la firmeza de la constelación que integran, en la que se disuelve el ego, rendido ante los lazos de comunión, y la banda toca junta en todas partes: va pepe, va mariwano, va ventu, va anay ...

necesito decir que los quiero, que son necesarios.

necesito decir: gracias.

mariel

Say dijo...

El barro pegado a las pezuñas del búfalo y de su hermano ha quedado unido a las palabras...

y hemos visto las travesías, los recorridos y el viaje...

òscar dijo...

es por eso, por tu manía, queridísima mariel, de manejar textitos como una loca para que zasca, nos den como cuando nos dan algo rico, por ejemplo, cuando te quitan un pluriempleo o el cielo se detasca o decides que en lugar de uno te vas a meter tres chicles en la boca...

creo que, en parte (grandota parte), hacemos las cosas para tí. quizás sea inconscientemente, como un acto reflejo, como el hipo.

a mí me gusta hacer cosas así, porque (la clavaste) son más de mi querido hermano búfalo que mías para que sean vuestras que es como si fueran nuestras, sin custodios. con la retaguardia sonriendo como un culo cuando se pone a dormir de perfil, que parece como si esperara una polaroid del fiuuuu de su línea de la risa...

ops, ni sé qué dije

esto último parece cosa de mafalda.

fin de la viñeta.

hola,

ò.

muás!


say, ¿me prestas tu s?

YA (graciaS)

ò.

aquí, ahora

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