El poeta se apoya, durante el tiempo de su vida,
en algún árbol, o en el mar, o en el talud, o en un
determinado color de nube, por un momento, si así
lo quiere la circunstancia. Su amor, su sorprender, su
felicidad tienen su equivalente en todos los lugares a
los que nunca fue, a los que nunca irá, entre los
extraños a quienes no conocerá. Cuando se levanta
la voz en su presencia, y se le apremia a aceptar
miramientos que retardan, si a propósito de él se
invoca a los astros, responde que es del país de al
lado, del cielo que acaba de hundirse.
El poeta vivifica, corre luego al desenlace.
Al atardecer, pese a algunos hoyuelos de aprendiz
de la mejilla, es un caminante cortés que precipita
las despedidas para estar presente cuando el pan sale
del horno.
René Char
pepe
No hay comentarios:
Publicar un comentario