Para saber cómo llega una mujer al instante anterior a un beso
o a cualquier acto real: lavar las manos a un niño, responder al nombre propio
atarse las sandalias
hay que pensar en la secuencia inversa al estallido de un vaso de cristal.
Al principio es sólo un polvo de vidrio, apenas perceptible, que flota en la atmósfera.
Las trazas de cristal comienzan a vibrar, a atraerse levemente,
agudos pulsos que siguen los círculos concéntricos de un imán.
Más allá los cristales de algo parecido a una conciencia, adormilados bajo el polvo
levitan. La aceleración aumenta.
Los fragmentos grandes se comprimen, aspirados por succión.
Con vértigo final, cada pieza, cada partícula, encaja
y en una inspiración última, potente como una bocanada de vacío,
se forma el vaso.
Así, desde una esencia dispersa, una mujer se hace súbitamente compacta
dentro de su nombre
cuando la carnalidad de las cosas, las brutales circunstancias, lo requieren.
Después, resquebrajada como cáscara de huevo
vibración previa a la eclosión
bombilla o vaso incandescente
estalla de nuevo.
2 comentarios:
la libélula es mucha libélula
y los soperos son mucho más que tres cuencos de caldo con grelos
más besos y reketebsss
¡gracias, elo!.
y también por darnos a conocer a tantísima gente interesante, como susana, sin ir más lejos...
muás!!!
ò.
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