Empezaban a ladrar los perros del atardecer
y a prenderse las luces de verbena,
acudían a cientos a bailar y emborracharse,
a mirarse con desatado deseo veraniego
y pelearse por un codazo no esquivado a tiempo.
Observarlos era sentir casi vergüenza
por parecerse a ellos;
impotencia al verte maltratada, sucia y sola;
indefensión al tratar de provocar su retirada;
rabia contenida,
impaciencia por ver aparecer la luz del nuevo día
y con ella bañistas, pescadores,
máquinas limpia playas y sonrisas:
ésas que tú nos devolvías con las olas,
depositando espuma en nuestros pies.
oooooooooooo
Javier Bozalongo El Mar, ahora tan lejos. Junio 1999
ooooooo
pepe
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