cuando a uno de tus novelistas favoritos, -lo descubriste pronto; tu hermano te pasó últimas tardes con teresa en granada, en el 73 o 74 y luego fuiste siguiéndolo, novela a novela, una historia tras otra, casi todas-, con el inri añadido de irte a vivir al poco de llegar a barcelona en el mismo barrio del carmelo, muy cerca de las calles donde vivían aquellos personajes de sus libros (incluso un día tú te lo cruzaste como si fuera otro personaje subiendo por la calle mayor de gràcia) y esperar como un vicioso a que saliera la siguiente -si te dicen que caí, y sobre todo un día volveré, la preferida; cuando ahora ocurre que a ese escritor tuyo le premian con un cervantes, al principio te parece raro. no te cuadra que marsé se ponga el frac, se vaya a alcalá de henares y se disponga a leer un discurso de agradecimiento ante las autoridades. se estará descojonando por dentro. luego ves en la tele un trozo de entrevista donde se le ve sonreír socarrón citando a groucho marx. sigues sin creelo del todo. vuelves a verlo en la tele y ya está leyendo su discurso...empiezas a pensar que sí, que la cosa va en serio apesar de la tele. entonces aparece la palabra reconocimiento, pero como algo que está más allá de los premios, de los fastos, las fotos y los politiqueos. porque lo que este aprendiz de aquel taller de joyería que ahora tiene varios nietos, 75 años y pocas declaraciones nos ha regalado durante años en forma de maravillosas historias inventadas, por fin no tienen más remedio que reconocérselo. la gente que ha leído sus libros ya se lo ha agradecido muchas veces, porque el tiempo pierde su dimensión y se pasan las noches en blanco siguiendo la trama, y en verano a la hora de la siesta todos duermen en casa y debajo de un árbol alguien sigue pendiente de lo que va a ocurrir cuando un ex-poli deslomado por el destino cruce una calle a medianoche...todo ello es inventado, fruto de la memoria y la imaginación. ahora, quizá juanito siga descojonándose por dentro pensando en lo de esta mañana, en el faranduleo y el gaudeamus ígitur, y se acuerde de groucho, o mejor, de marlene dietrich, muy joven, en aquella tórrida escena de el expreso de shangai, 1932.
oooooooooooo
pepe
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