El frío inconsolable de los pobres.
No basta la abundancia para arropar el frío
que se hereda en los genes y nace del escombro.
No hay leña que derrita tanta nieve embrionaria.
Se encienden chimeneas. Con la lana se teje un sol,
un armario de soles, un paño de artificio.
Se adquieren edredones como un nido de pájaros.
Y el frío, por debajo, permanece.
De la médula vuelve la trastienda del hielo
a cubrirme los ojos como sangre reseca.
Ya todo es negritud, glaciar y sangre.
Por mis venas se espesa la eutanasia de un río,
el brutal abandono de la mano paterna,
los hermanos perdidos en la prisa de un puente.
La enfermedad congénita me vigila larvada,
se burla de mi huida cuando cambio de nombre
y usurpo los derechos de otra vida.
Ya todo es cicatriz, hospital y alacranes.
Se conquistan los barrios, la blancura
de las liendres y el suero. Se aprende la costumbre.
Se accede a la oficina, al ropaje, a la fiebre,
al calor esponjoso de los cuerpos.
Y el frío, sin embargo, permanece.
Isabel Pérez Montalbán , De Los muertos nómadas, Diputación de Soria, 2001
pepe
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