De la mañana a la tarde
me consumes, sol
me secas con tu gran ojo sin alma;
pero así la noche al fin
halla en mí el duro carbón
que no podrá disolver,
y al corazón seco vuelve,
sombría y fresca, la savia
que blanca le sorbió el día.
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Tomás Segovia, El Quemado
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pepe

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