Ya perdí el sentido de esta política, si alguna vez lo tuve. Ayer nos reunimos en casa para ver y oir los resultados. Y nos despedimos con caras de póker. Medias sonrisas -con la boca pequeña-. Era el cuento contado el que se acomodaba ante nuestra retina. Irremediable con estos mimbres.
La débacle lo es por partida múltiple, no sólo doble -unos arrasan, otros se hunden- y va más allá de un sistema electoral, unos patrones gesticuladores y un cálculo estadístico. La política incrustada en la ideología, tal y como desde la antigüedad la entendemos hoy, es el teatro de la negación de la vida. Es un género de representación y por tanto retiene unas formas internas rígidas, estrictas. No cabe improvisación o devenir en su terreno. El molde encierra la masa.
Por eso, el tiempo muerto de esta confrontación por nada irrelevante deja un escaso pasillo entre dos muros por los que nos embuten. El uno, el otro: el mismo. Autorreferenciados en sí mismos, ambos se escogen, se dan la santa alternancia a su vez para mantener un sistema cerrado hasta el agotamiento. El orden del discurso está presente en la hueca impostación de un encontronazo inicuo. El verdadero choque está en otra parte, agazapado, omnipresente pero oculto a nuestros ojos de ciudadanos (un término acuñado hace dos siglos)
Espectadores de la decepción, seguimos embobados este relato circular, modélico y sin salida creyendo que la aportación de reformas al sistema lo hará progresar. Error de bulto. Casi se murió el muerto. Vamos a otro sitio y seguir por ahí es prolongar la agonía.
El resultado, patético, deja un vacío en el que se hace notar de nuevo el petardeo de las mayorías –que se descomponen o restituyen sobre el brote psicótico-social inducido-; pero, sobre todo, quien recoge con fruición el caudal ergonómico del sistema político impuesto es el inquebrantable nacionalismo, un compost de dictadura del alma tragicómica y de invención maloliente y trasnochada de un esplendor mentiroso y arcaico.
Los que verdaderamente recogen la ganancia cada vez, son los mantenidos ad aeternum en las suites del sistema: los tenderos políticos y los menestrales del negocio regional, sean éstos robones de calva o mandibularios de txapela -otrora también ambos vencedores en la revolución francesa siempre a costa de los desahuciados- y con la trufa figurona del cacique, elemento o aporte esencial de la colonia trasladado con éxito indudable al centro peninsular en el siglo XVI, versión clientelar.
Ahí estamos aún, siguiendo un modelo de representación escasa y partida del 700 y antes. Y, al tiempo, las distintas alternativas atomizadas que parecen multiplicarse como aparente rotura de las dos cabezas -azules y rojos- no son más que clones en pequeña escala de los moldes primarios. Es el caso de UPyD, reencarnación posmoderna de Isabel, Reina de Castilla; Amaiur, compota tóxica de excarlistas disfrazados, mitad monjes-mitad soldados (a sueldo de la pipa); IU, exestalinistas mentalmente irreciclables, tanto en su versión proletaria, como en la verde y campesina de abuelitodimetú.
pepe
5 comentarios:
Hasta ahí perfecto... ¿Y qué alternativa hay, si que la hay?
ni puta idea, jordi...
pepe
texto estupendo, sí.
¿qué hacer?
tirarse pedos que huelan. encuencarlos e ir a por las narices de los nefastos. como mínimo y para empezar.
ea,
en serio, me pilláis -antes y ahora- con un tremendo despiste...sé lo que no, pero no lo que sí.
no me imagino por dónde pueden ir las cosas, más allá de que los mercados nos van a chupar, etc...
como no sea ir al margen, no se me ocurre el cómo.
quizá no era más que una pataleta.
pepe
quizá no era más que una pataleta, compartida eso si...
y nos veremos en los margenes, en los pies de pagina, en las fronteras... maldita sea.
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