"Volvió a preguntarse hasta qué punto no correspondería ese momentáneo calambrazo a algo que nadie podía alguna vez dejar de compartir y aceptar: la vistosa, permanente carrera hacia su desaparición, de todos los seres, las cosas, los lugares, las tragicómicas inestabilidad y debilidad de cuanto vemos y somos; o si eso mismo se trataba, en él, de un reflejo peculiarmente intenso, personal y miedoso, de un simple temor egoísta a su propia transitoriedad".
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Fernando Quiñones, El viejo país, 1978. De Viento Sur, Alianza. Madrid 1987
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